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  • Martín Durán @MHDG1945

Cuando tenemos el poder


¿Cómo funciona la mente y la generación de conocimiento en el marco de las relaciones de poder?


No pretendemos ni por asomo responder a ello en este post pero sí pensar en voz alta sobre algunos apuntes al respecto.


Foucault decía que, si al poder se lo mira de cerca, no es algo que se divide entre los que lo ostentan y los que no lo tienen y lo sufren. El poder en este caso tendría que ser analizado como algo que se mueve y funciona en circuitos cambiantes en forma constante. Nunca está localizado en un punto determinado, nunca está en las manos de alguien. Nunca es una propiedad, como una riqueza o un bien. Visto así el poder está en todas partes, incluso donde parece que solo hay servidumbre. Los dispositivos del poder permean la sociedad entera, en cada rincón, sin posición definida y determina nuestras formas de pensar y decidir. Todo el tiempo estamos ejerciendo el poder. Incluso casados y con hijos.


En cierta forma, el poder también es un caótico campo de fuerzas. Vivimos y pensamos dentro de él, tomamos decisiones mandando u obedeciendo, negociando o imponiendo.


La inteligencia humana (rumbo a ser superada en la era post-humanista dentro de unas décadas), convierte todos los deseos en prácticamente insaciables, incluido el deseo de poder. Nos preguntamos ¿Cómo funcionaría esa dinámica en la inteligencia artificial o bajo el post-humanismo?


Hace poco dos "bots" de Facebook decidieron ir por libre y pensar por su cuenta. El susto fue mayúsculo (aunque Facebook dice que todo estuvo bajo control) y ahora el siempre optimista CEO de Facebook se lo piensa mejor antes de hablar maravillas de la IA. Los tuvieron que desactivar. Ejercer el poder sobre ellos mientras se pueda.


Comparados con la estabilidad animal, los humanos somos seres disruptivos e inquietos. No paramos de inventar. Esto se refleja tanto en el poder de hacer una actividad como en el poder sobre alguien. Pero, además, los mecanismos de dominación se van haciendo cada vez más simbólicos. Llegado a ese punto la fuerza como recurso exclusivo de poder, algo que nunca abandonamos, deja lugar a otros recursos más complejos, sofisticados y aparentemente irreales. En este punto, la persuasión, la seducción, sustituye a la fuerza. Necesitamos que nos obedezcan en función de un sentido o meta concreta no solo por la fuerza. También necesitamos obedecer siguiendo un marco de significados. A esto le llamamos legitimidad.


En la medida que nos movemos en los circuitos de poder en todo lo que hacemos se hace necesaria la legitimidad. Hay que legitimar el poder y justificar la obediencia. Es una exigencia del poder mismo, que paradójicamente acaba resultando también en un contrapoder. La pugna por el poder, bajo esta dinámica, se convierte en una lucha entre distintas legitimaciones.


Esto es para nosotros la base de muchos de nuestros desafíos cognitivos y existenciales. Desde el poder político, la guerra, hasta los negocios. Cuando vemos un discurso, una campaña publicitaria, un proceso de reclutamiento laboral, una convocatoria a la lucha bélica o sindical, la intersubjetividad de las legitimaciones enmarcada en símbolos y narrativas nos inunda, nos satura y las retroalimentamos. Necesitamos hasta generar una legitimidad para nuestros propios actos. Enmarcar nuestra voluntad y nuestros deseos en arcos dorados. Y allí, en ese cometido aparece la defensa cognitiva de nuestra voluntad en los circuitos de poder. Los sesgos se apoderan de nosotros, tomamos decisiones y más adelante, si estamos atentos, podemos sorprendernos de los crueles, mezquinos, torpes, generosos o tontos que hemos sido.


Muchos prefieren otorgar la causa originaria a todo esto a una tormenta bioquímica. No sabremos hasta que conozcamos al 100% el funcionamiento de nuestro cerebro, pero pensando en el momento de cuando eso ocurra no dejamos de preguntarnos como serán los circuitos de poder y las legitimaciones en un cerebro no humano o mejor dicho post humano.


No deberían ser estos apuntes para un verano y con la playa al frente. Pero es lo que tiene estar de vacaciones y observar en silencio cómo va este mundo muy abierto en cierta forma a los primeros efectos de la cuarta revolución industrial.

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